Era el 22 de septiembre de 2017, estaba de 39+2 y eran sobre las 20.30 de la tarde cuando me llamó mi marido, que iba de camino a su trabajo. Estaba de pie, y en el momento en el que fui a coger el teléfono, noté como caía un líquido por mis piernas. Dudé de si me había hecho pipi encima, o si estaba rompiendo aguas (con el embarazo me costaba aguantar la orina, por eso dudé). Colgué el teléfono y fui al wc. Comprobé que seguía cayendo líquido, transparente y con algún hilillo de sangre. Volví a por el teléfono para llamar de nuevo a mi marido e informarle de que efectivamente había roto aguas, y me dijo que ya estaba volviendo a casa a buscarme. Me metí en la ducha y entonces empezaron las olas uterinas. Era un dolor molesto en el bajo vientre, que se hacía intenso poco a poco, como un dolor de regla un poco más fuerte. El agua me calmaba. Respiraba, controlaba, sabía lo que venía. La siguiente ola vino a los 15 minutos más o menos.
Llegó mi marido, salí de la ducha y decidimos irnos al hospital de Sant Pau, lugar que me tocaba para dar a luz. En el trayecto en coche tuve un par o 3 más, y ya empezaban a ser un poco más intensas y seguidas, pero se aguantaban bien. Llegamos al hospital, me atendió una comadrona maravillosa, super respetuosa, muy amable, que me preguntó todo antes de hacer, siguió mi plan de parto y me ayudó a tener mi parto deseado.
Accedí a hacerme un tacto, y ya estaba de 4-5 cm, así que me entraron a la sala de dilatación, donde disponía de ducha, silla para parir, pelota de yoga… allí, estuve a solas con mi marido dilatando, con contracciones cada vez más seguidas e intensas. La comadrona y la gine venían de tanto en cuando a preguntarme cómo estaba. En una de estas vinieron a ponerme correas, y todo estaba yendo bien, así que me las quitaron.
Seguí mi dilatación y cada vez las olas uterinas eran mucho más intensas, y me costaba mantener la atención en cualquier otra cosa que no fuera mi cuerpo. Tenía mucha calor. Llegó un punto en el que ya acompañaba las olas uterinas con sonidos guturales, y gemidos, cada vez eran más seguidas… vino la comadrona y me propuso poner calor local, cambiar posturas, la pelota, si quería un espejo para ver a mi hijo salir… pero yo ya no era capaz de tomar decisiones, ni casi articular palabra. Menos mal que mi marido seguía ahí dando todo el apoyo que necesitaba.
Tenía la necesidad de estar sentada, pero si me apoyaba, notaba un dolor horrible en la pelvis… la comadrona puso la cama en modo silla, y enganchó una estructura metálica donde ató una sábana, así yo pude estar medio sentada y podía estirar de la sábana a cada contracción y ayudarme a hacer fuerza. El momento ya se acercaba. Notaba como me faltaban las fuerzas, sentía que no podía más, me quedaba dormida entre ola y ola, y empecé a empujar! Me había dejado llevar por mi cuerpo, no sé qué pasaba a mi alrededor, ni qué hora era… y en una de éstas noté que me partía por la mitad! Oí a la comadrona que decía que quedaban 4-5 pujos más y ya lo tenía. Grité. Mi marido me animaba como el que más, yo tenía mucha calor… empecé a frustrarme porque empujaba y notaba como bajaba la cabeza, pero cuando tomaba aire cuando pasaba la contracción, volvía a notar que subía!! Así que empecé a empujar con muchas más fuerzas con cada ola, gritaba y aullaba, y en una de estas… noté mucha más intensidad y cómo por fin salía la cabeza!
Mi marido había pedido permiso para poder agarrar al bebé cuando saliera la cabeza y fue él quien me lo puso en mi pecho al instante. Eran ya la 1.20 de la madrugada del 23 de septiembre, en apenas 5 horas había dado a luz.
Estaba feliz, no existía nada a mi alrededor, no sé qué hacía el personal sanitario, sólo veía a Sergi, y lo besaba y saludaba, y le conté todos los deditos, y para mi fue lo más hermoso del universo.
Recuerdo que en algún momento alguien me pidió que empujara para que saliera la placenta, pero yo no notaba nada, no era consciente de si empujaba o no, de si salió o no… pinzamos el cordón cuando ya no latía, no me tuvieron que poner ningún punto, y al poco tiempo nos subieron a planta. La recuperación fue rápida y fácil y a las pocas horas ya estaba de pie y con más energía que antes de parir! Sin duda tomé la mejor decisión al tener un parto natural.