La fiesta llegó 5 semanas y 1 día antes de lo esperado. Si, digo 1 día como si eso fuera importante… Pues en nuestro caso lo fue. Un día… ¿Que más da un día arriba o abajo, verdad…?
Durante la madrugada del 2 de agosto empecé a notar cosas extrañas (nótese mi inexperiencia). Que si tenía muchas ganas de hacer pis, que si unas sensaciones en la zona lumbar… Me lo tomé como una pequeña infección de orina y mis ya típicos dolores de espalda. Al de dos horas de paseos al baño y mi perra harta de perseguirme por la casa con cara de preocupación decidí despertar a mi pareja (médico y por lo tanto un poco hipocondriaco).
Me pidió que le enseñase el líquido y efectivamente, me invitó a ir la hospital. Me duche con tranquilidad ya que era un «infección de orina» pero en medio de la ducha callo un buen chorro de líquido. Pálido mi pareja hizo una mochila mientras que yo le intentaba calmar.
El nerviosismo. Yo tranquilisima.
Normalmente esto es al revés. Aún así me despreocupe.
Si estaba de parto adelante. Si no lo estaba, a seguir durmiendo.
Llegamos al hospital. Efectivamente, «bolsa rota y contracciones cada 5 minutos» escuche, también añadieron: «está de 34+6, hay que pararlo y dar corticoides». 1 día, 24 horas… Me pusieron el primer corticoides a las 6:30 de la mañana del día 2 de agosto y otra medicación para parar todo lo que ya estaba en marcha. Durante 24 horas tenía que aguantar en el hospital, cama, comida… Uff. Descansa, me dijeron. Jajajajaja imposible.
Aún con medicación había marejada, olas muy muy pequeñas pero ahí estaban. A las 23 horas ya las olas eran cada vez más grandes y mi cuerpo estába totalmente cansado, no había podido dormir desde el día anterior además de la emoción de estar a punto de conocerle.
En una de las sesiones de monitoreo hablé con la matrona. Esa noche estaban muy tranquilos y yo era la única familia que estaba de parto. Hable con ella, le conté que teníamos un plan de parto, pero que no nos había dado tiempo a llevárselo a nuestra matrona. Me pidió que se lo contase y que ella estaba totalmente abierta a cumplir lo que estuviera en su mano. De 8 items que habíamos escrito ya habíamos saltado no sé ni cuántos. Aún así no me estaba importando que mi parto fuera totalmente lo contrario a lo nos habíamos planteado. Me sentía cuidada y escuchada.
Quitaron medicación para parar las olas y el parto empezaba ya. Aún así hasta pasadas las 6:30 no podía salir el bebé (segunda dosis de corticoides). Durante esa noche la matrona usando mi jerga me pedía que me hiciera amiga de las olas, que las surfease con la ayuda de los allí presentes. Estaba cansada y me dormía en el pasillo, en la silla, en la pelota. Se me caía la cabeza contra la cama cuando estaba en la pelota. No era capaz de ver la ola llegar, solo sentirla. Nuestra idea era pedir epidural si veía preciso a partir de los 4cm de dilatación.
Hablamos con la matrona de lo cansada que estaba. No sabía cómo iba a ser el puje pero sabía que necesitaba fuerza y yo no las tenía. Necesitaba dormir, pero las olas no me dejaban descansar. Estaba de 3cm y decidimos que me pondría la epidural para descansar y coger fuerzas. La ginecóloga no entendió muy bien cuál era nuestra idea, pero nosotros y la matrona habíamos pensado lo mismo. Adelante con lo que más miedo me ha dado en la vida. Quedamos que me pondría la epidural después del corticoides. Parte de la epidural, nos la saltamos. 7 de la mañana y epidural puesta.
No queríamos oxitocina, pero dada la situación y la posiblidad de que mi bebé empezase a sufrir me pusieron. Pestañee y eran las 12:30 del mediodía. Me había dormido. En la habitación estaban unas cuantas personas (entre ellos estudiantes y le estaban explicando nuestro viaje, mi plan decía que estudiantes no, pero ya no había plan, no nos había dado tiempo y realmente me pareció interesante que estuvieran). Pues ya estaba dilatada de 10cm ¡Dormida! Impresionante.
Luken, como se llama mi hijo, empezaba a querer asomarse. ¡Cómo lo notaba! Que intensidad y que ganas teníamos los dos. Me pedían que esperase pero el y yo sabíamos que ya no se podía esperar más. Pedía a mi pareja que nos trasladen a una zona de partos o que alguien viniera. Luken salía. Una matrona vino y pidió corriendo el paritorio. Por el camino: «espera, espera!» Ya no había más espera, no habíamos esperado 40 semanas no íbamos a esperar 5 minutos. Madre e hijo cabezotas desde ya. Quería sentarme, epidural, «no puedes». Pues tumbada me dije. Adelante, empuja, saca fuerza. Y las 4 horas que había dormido me habían repuesto fuerzas como si de 8 horas de sueño reconfortante se tratasen. Luken bajaba por su camino, bajaba y yo le ayudaba. El bajaba, yo solo le ayudaba.
Y de repente un maravilloso pujo donde la mitad de la cabeza salió. Mi pareja me miró y lloro, me pidió que ayudase a Luken con un puje más. Luken me pidió un puje. Uno. Y empuje, con todas mis fuerzas y me quedé sin ninguna más. Mi hijo salió.
Recuerdo la sensación cada mañana, cada tarde. No me voy a olvidar nunca. Mi sensación fue de la última ola que rompe en la orilla y luego el mar se calma. No pase miedo en ningún momento, me trataron como si de mi familia se tratase. Me sentí escuchada en todo momento y más que escuchada, sentí que lo que yo quería se respetaba. Me ayudaron, me abrazaron, brazos que aún recuerdo, personas ajenas a nosotros se volcaron en nuestro viaje. Cuidaron a mi pareja, sus necesidades, nos cuidaron a los tres. Los tres fuimos importantes en el viaje. Y cuando Luken nació toda la gente que estaba en el parto, fue parte de nuestro momento. Los tres en una burbuja creada por mi hijo que se abrazaba en mi pecho. Estudiantes, pediatra, matrona, ginecóloga, auxiliares, creaban otra burbuja que nos arropaba.
Nos dejaron solos, la vida comenzaba.